En
estos tiempos que se ha puesto tan de moda el salir a correr al exterior -y no
quedarnos encerrados en casa o en el gimnasio- el correr ya sea en la ciudad o
en la montaña ha pasado a ser un deporte con riesgos.
Por
mi experiencia en los dos terrenos, en la ciudad tienes que estar muy alerta,
siempre hay el coche que sale del parking justo cuando pasas con el
consiguiente frenazo y susto.
El
motorista que se salta el semáforo y no te ve, el cruce en el que ves venir a un
coche a 400 metros y cruzas, cosa que aprovechan para acelerar y pegarte un
bocinazo considerable, aunque ya haga varios segundos que has pasado.
Cuando
por fin llegas al parque a correr, lugar cerrado al tráfico, solo hay que estar
atento al terreno en el que pisas, para no doblarte el tobillo y volver con un
pequeño esguince de la cantidad de baches que suelen tener.
También
hay que estar atentos a los perros sueltos que están deseando verte para
pegarte un buen susto o ir directamente al tobillo.
Este
sería el típico entreno entre semana en mi ciudad.
Lo
mejor llega el fin de semana: salir a entrenar por la montaña, lo que antes era
un placer con tu MP3 escuchando música, ahora se convierte en “me llevo el
móvil cariño por si acaso”.
Entrar
en el típico bosque de cualquier pueblo a trotar un poco es un sufrimiento
constante.
Nada
más empezar, empiezas a oír los disparos de los cazadores, vas rezando para que
no te confundan con un jabalí o un conejo y salgas mal parado. Cuando consigues
salir al camino más ancho ya empiezas a tranquilizarte un poco, pero te dura
poco, enseguida aparecen 3 o 4 buguies a toda velocidad, que piensas se van a
matar, menos mal que no me han pillado en un giro, sino no lo cuento. Sigues
con tu entreno, las pulsaciones ya están por las nubes, es imposible
recuperarse, pero llega el momento dulce del entreno, cuando te cruzas con un
rebaño de más de 100 ovejas repartidas por todo el ancho del camino, lo que
hace que te recuperes un poco mientras caminas entre medio de ellas.
Todavía te puedes encontrar con más sorpresas: el jabalí que
sale a saludarte y te da un susto que ya no te recuperas en toda la sesión, o
los conejos que se van cruzando por el camino que parece que se rían de los
cazadores dando saltitos de una banda a otra del camino.
Si
tienes tu día de suerte no te topas con las motos de trial, menos mal que éstas
se oyen cuando se acercan.
Cuando
consigues salir del bosque, ya solo te queda pasar por las urbanizaciones hasta
llegar a casa, en las que los perros te comerían vivo, espero que no se escape
alguno algún día.
Después
de este duro entreno solo queda dar gracias a Dios o a la Virgen por haber
podido salir a entrenar otra semana y haber vuelto sano y salvo a cada todos
los días.
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